Nacho Dean es reconocido uno de los grandes aventureros en la actualidad tras haber sido protagonista de un viaje sin precedentes de tres años de duración, 33.000 kilómetros a pie, cuatro continentes, 31 países, 12 pares de zapatillas y miles de aventuras. Ningún español había recorrido antes el planeta a pie, en solitario, sin asistencia e ininterrumpidamente. Pocos aventureros se han atrevido a lo largo de la historia y probablemente ninguno hizo un viaje como el suyo.

 

 

Nacho Dean. BCC Conferenciantes

 

Tres años. 1.095 días. 26.280 horas. 1.576.800 minutos. 94.608.000 segundos. El tiempo cambia rostros, los marca con las cicatrices del propio tiempo. Ese lapso se ve en el rostro curtido de Nacho Dean, en sus arrugas, en la mirada, aunque quizás el cambio mayor sea interior. Al salir de la Puerta del Sol, Madrid, el 21 de marzo de 2013, era un muchacho de 32 años (Málaga, 20 de agosto de 1980) con cara de Peter Pan. Su Kilómetro Cero era ese instante. Cuando comenzó la vuelta al mundo caminando. Entonces un sueño del tiempo. Lo encuentro por la autovía de los Pantanos (CL-501). Va empujando un carrito con lona azul. Le quedan 200 kilómetros para volver al punto iniciático: 33.000 kilómetros. Ha visto la bondad de la Tierra. Sus enfermedades. Su violencia. Su miseria. Y la belleza. Sólo acompañado por Jimmy Águila Valiente, como bautizó a su carrito, su camarada, el único que lo escuchaba cantar cuando la soledad le carcomía. Comenzamos a caminar juntos. En sus gafas polarizadas se refleja la sierra de Gredos y un camino serpenteante. Le leo un cuento para niños. Se titula El Viaje, de Arnold Lobel. Habla de un ratón que quiere visitar a su madre. Que va en su búsqueda. A quien nada lo detiene. “Había una persona que vendía botas. Así que el ratón compró unas y se las puso. Caminó y caminó. Y caminó. Hasta que las botas… se agujerearon”. Era como Nacho con sus zapatillas de talla 43. Que ha ido destrozando. Una a otra. En cada pisada, los músculos se marcan. Menos que cuando lo persiguieron los maras en El Salvador, machete en mano. Y él escapó por resistencia. Por esa triple fortaleza, de mente, alma y cuerpo, que lleva consigo.

 

Primer continente. España, a un mes del viaje: “La lluvia es sólo lluvia y no impide caminar si te mantienes caliente”. Francia: “Hay un momento en el que no pasa nadie, y se hace el silencio, sólo el sol y el mar inmenso allí abajo, y dos mariposas pasan revoloteando, juguetonas, a mi lado…”. Italia: “Los cementerios son sitios tranquilos, de paz y silencio, con algo mágico y misterioso”. Eslovenia: “Duermo bajo los rayos en la tormenta, en sus bosques con osos”. Croacia: “Voy por la carretera comarcal cercana a la frontera con Bosnia plagada de casas y granjas a ambos lados, algunas con restos de metralla y bombas de la guerra…”. Serbia: “Es una región con zonas minadas perfectamente indicadas”. Bulgaria: “Los rayos caen a mi alrededor como cegadores fogonazos”.

El paso entre continentes, la realidad transfronteriza entre Europa y Asia. Turquía: “Pasa una furgoneta con un rótulo que dice: “Belleza””. Georgia: “Pienso en lo que no sale en una foto. No dice si hay lobos en ella o si sus habitantes llevan pistola”. Armenia: “Estoy atento a cómo se desarrolla la guerra de Siria… Fui ascendiendo hasta los 2.500 metros de altitud inmerso en la niebla”. Dean, en este viaje epifánico, lo abandonó todo. Trabajaba en un centro de recuperación de especies. Estudió Publicidad y Relaciones Públicas en la Complutense, Medio Ambiente en Asturias. Su padre, marino mercante, del que vienen sus raíces británicas, le entendió. Su madre, quien trabaja en un registro de la propiedad, se opuso por preocupación. Tenía razón. El mundo se iba transformando a cada pisar… Irán: “Empezaron a llegar chavales en moto… Me rodearon y empezaron a importunarme zarandeando el carro, la tienda y cogiendo mis cosas… Era la primera vez que estaba en una situación así en el viaje”. Camina a paso firme. Espalda recta, una postura estudiada, entrenada. Se pone la capucha. Se la quita. Unos mosquitos del tamaño de una falange se posan sobre Jimmy mientras caminamos… “Hay que tener cuidado”. Su precaución es extrema desde que enfermó de chikungunya. Escapó de la malaria, del dengue, de la rabia.

Tercer continente, Australia, o un país continente. Escribe en Sidney unos versos: “¿Qué te aferra a la vida?,/ un latido,/ un suspiro,/ un hilo invisible…”. Sigue América. Chile y Bolivia, primero. Perú, capaz de darle todo. Belleza y violencia. Se enamoró. Pasó 110 días. Y los forajidos le atrapan en el Callao. Le asaltan por primera y única vez. “El crisol multicolor de la especie humana a mis pies en un solo camino, mi camino”. Ecuador, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y El Salvador. En Centroamérica tuvo que ser escoltado por agentes con ametralladoras. México y EEUU. Camino de uno de los muros más terribles del planeta, reflexiona sobre lo andado y los límites. “No hay frontera más infranqueable que no creer”. Y eso es lo suyo. Comenzó la ruta con un presupuesto de 3.000 euros. Todo se fue incrementando. Gastó 1.350 euros en Europa, unos 3.000 en Asia, 1.200 en Oceanía y 7.670 en América. Se multiplicó por cuatro. Aunque vivir con una media de 4.000 euros por año no es una proeza. Es querencia.

Regresa desde Nueva York a Lisboa. La vuelta a casa por Extremadura tras pasar por 31 países. En la ruta por Gredos. Prosigo leyéndole el cuento del roedor caminante: “Hasta que los pies se le lastimaron tanto que no pudo seguir andando. Pero a un lado de la carretera había una persona que vendía pies. Así que el ratón se quitó sus viejos pies. Y se puso unos nuevos. Y así anduvo hasta llegar…”. Es la metáfora del retorno (*). ¿Qué es la belleza? “Las noches estrelladas del desierto; la oscuridad iluminada por luciérnagas; las cordilleras; ver a un rinoceronte a 20 metros, verle hasta los pliegues de la piel… Tanto”. ¿Lo cruel? “Andar y andar y no dejar de ver basura; el terrorismo; los bosques incendiados; la destrucción del planeta por el hombre”. Esa es su razón, la defensa de la Tierra. Llega hoy a mediodía al kilómetro cero. Con su Jimmy. Con nuevos pies. Y la capacidad de contarte cómo es tu mundo.