Haciendo uso de su vida como ejemplo, Jordan ofrece a la audiencia una visceral y desgarradora narración de las desastrosas consecuencias de la falta de ética.
Jordan Belfort fue uno de los personajes más extremos que ha dado Wall Street. Llegó al mundo de las finanzas de Nueva York en 1987, dispuesto a comerse el mundo. Sólo un año después de empezar a trabajar como bróker, se hizo con el control de Stratton Oakmont, una de las agencias de corredores con más éxito de la época, conocida por operar como una “boiler”. Un call center en el que se vendían bonos basura utilizando todo tipo de técnicas injustas, deshonestas y, en su mayoría, fraudulentas.
Belfort vivió de lleno el éxtasis financiero de los 90, cuando era el rey del corral. Se hizo famoso por montar fiestas descomunales en la misma oficina de la compañía, ser un confeso adicto a las prostitutas y la cocaína, y por comprar uno de los yates más lujosos del mundo, construido originalmente para Coco Chanel, y naufragar con él en la costa de Cerdeña, tras desoír los consejos de su capitán, que le advirtió que estaba llevando la embarcación al centro de una tormenta.
En pleno cenit de su carrera estrelló su helicóptero, en el jardín delantero de una extensa finca que tenía en Locust Valley (Nueva York), porque estaba demasiado drogado para ver el aeropuerto. Una anécdota muy gráfica, para darse cuenta de hasta qué punto Jordan Belfort había perdido todo sentido del control y la mesura.
“…vender lo es todo en la vida. O estás vendiendo o estás fallando…” Jordan Belfort.
En su mejor momento, Jordan Belfort, cuya principal cualidad no era la modestia, llegó a presumir de ganar más de 50 millones de dólares al año. Y era cierto. En un día de suerte llego a embolsarse 12 millones en sólo tres minutos. Su empresa ganaba tanto dinero que la mafia envió observadores para que aprendieran cómo podía hacerlo “tan bien”.
Pero sus excesos trajeron, también, la atención del FBI –a los que despachó, la primera vez que se acercaron a él, tirándoles billetes– y su caída fue tan estrepitosa como su ascenso. Fue imputado en 1998 por estafa y blanqueo de dinero. Belfort reconoció los cargos y se mostró dispuesto a colaborar con el FBI, ofreciendo información de otros estafadores. Sólo pasó 22 meses en prisión, pero fue condenado a devolver 100 millones de dólares a los accionistas a los que había estafado. Aún a día de hoy, sigue pagando parte de la deuda.
Tras su paso por la cárcel, Jordan Belfort dejó las drogas, pidió perdón públicamente y se volcó en la redacción de dos libros donde cuenta su auge (El lobo de Wall Street, 2008), en el que está basada la película de Scorsese, y su caída (Atrapando al lobo de Wall Street, 2011). Los beneficios de los libros le han permitido librarse de buena parte de su deuda: la mitad de lo que gana lo destina inmediatamente a pagar lo que debe.
Hoy en día Jordan Belfort, además de escribir, da charlas motivacionales en las que explica cómo perdió los papeles y acabó siendo devorado por una ambición desmedida.
Belfort asegura que se ha reformado por completo. Vive en un hogar modesto, un piso de tres habitaciones en un área relativamente barata de Los Ángeles, y de los viejos tiempos sólo conserva un reloj Bulgari de 9.000 libras y el cuadro que tenía en el dormitorio de su antiguo yate.