Albert Llovera  creyó que no volvería al Dakar este año. Cuestión de presupuesto. Pero recibió una llamada. ¿Quieres llevar uno de nuestros camiones?, le preguntaron. Dudó si la oferta era para llevar un vehículo de asistencia o si, realmente, se trataba de competir. Pero tuvo suerte. Así que se subió a un avión con destino a Buenos Aires.

Albert LLovera BCC

 

Nunca había conducido un camión, pero no le costó mucho adaptarse. Es un hombre de retos: parapléjico desde que a los 18 sufriera un accidente esquiando con el equipo olímpico de Andorra –había competido en los Juegos de Invierno celebrados en Sarajevo en 1984–ganó un subcampeonato del mundo para su país de baloncesto en silla de ruedas; pronto se cambió al motor: quads, turismos, rallies… Luego llegó el Dakar. Primero en buggy (lo terminó el año pasado). Y ahora, en camión, un Tatra jamail T163. “No me costó nada. El primer día perdimos tiempo por culpa de los mandos. Iban muy duros. Fue un desastre. Pero me enfadé un poco y ya empezó a ir todo mucho mejor”, cuenta entre risas. “El equipo me ha mimado bastante. Si tú estás mal, el equipo también lo está. Solo estuve aquel día de mala leche; les dije: ‘Qué os creeis que vengo a pasar el fin de semana, para eso me voy a Ibiza’. Y lo entendieron.

Dirige el coche con las manos y gracias a dos circunferencias situadas por delante y detrás del volante que hacen las funciones de freno y embrague. Antes de tomar la salida en Rosario temía por sus manos. Creyó que no resistiría todo el raid. Pero lo hizo.

Y desde el tercer día compitió como cualquier otro. “Y me sorprendí a mí mismo porque iba a todo rabo. Los del equipo me decían: vas demasiado rápido. Perdía el tiempo en zonas complejas, en los cruces de los ríos o zonas fangosas, pero escuchaba decenas de veces al día la misma frase: ‘¿qué te crees que estás en el Mundial de rallies? Con el camión no se derrapa?’, me decía mi mecánico”. Le importó poco.

 

“Aluciné con las dunas. Pensaba que me hundiría en ellas. Luego me di cuenta de que solo tenía que tener la calma y la seguridad para no equivocarme de marcha”.

 

Se le complicó una de las jornadas más calurosas, en las dunas de Fiambalá, donde pasó también la noche. La jornada había alcanzado los 50 grados. Y llegó al vivac a las siete de la mañana del día siguiente. “Me duché, me cambié el mono, comí unos cereales checos, que he descubierto que me encantan, y me volví a subir en el camión”. Logró superar, también la siguiente etapa. Y la terminó a las once de la noche, una hora muy digna. “Estaban los 36 miembros del equipo, porque los tres que faltaban éramos nosotros, más siete u ocho pilotos del equipo Kamaz, esperándonos. Nos tributaron una ovación tremenda. Algunos de ellos llevan 26 ó 27 dakars hechos y nosotros eso no lo habíamos hecho en nuestra vida”.

La mejor experiencia a bordo de la cabina, las etapas de puro desierto: “Aluciné con las dunas. Pensaba que me hundiría en ellas. Luego me di cuenta de que solo tenía que tener la calma y la seguridad para no equivocarme de marcha, para no tener que ir cambiándola. Jugábamos con las suspensiones y con seguir una buena rueda. Hubo más de un día en que me fijé en Juvanteny [Jordi, piloto de camión con 25 años de experiencia], que si no subía una duna por un lado, daba una vuelta y la subía por otro; seguirle era una opción segura y él nunca me decía nada”.

Albert-Llovera BCC

La peor de este Dakar no fueron ni el calor extremo ni las lluvias que obligaron a anular parte de las etapas, sino la altura: “Estar a tanta altitud me provoca espasmos durante todo el rato, tengo un consumo de ácido láctico muy elevado y no tengo ningún control sobre la parte de mi cuerpo en la que no tengo movilidad; además, me canso mucho y me afecta a la cabeza. Este año estuvimos tres días en Bolivia. Subimos, hicimos una etapa, dormíamos a 3.500 metros, y volvimos a bajar. Y la altura se combinó con frío, agua y granizo”.

Ahora, como un coche que tuviera que pasar la revisión, debe asomarse por el Instituto Guttmann, un centro terapéutico especializado en pacientes parapléjicos y tetrapléjicos donde se trata. “Antes quiero ir al fisioterapeuta a que me recoloque”, confiesa Albert Llovera. Aunque, dice, esta vez no le urge la visita médica. A diferencia de los últimos dos años, cuando tras el Dakar tuvo que pasar dos meses en cama, esta vez no sufre ninguna úlcera. Se llevó un ungüento (sala giol), 100% natural, hecho a base de cera de abeja y aceite de oliva que le hace más fácil pensar en cómo montárselo para correr su próximo Dakar. Mientras se las ingeniará para venderlo en la tienda de ortopedia que tiene en Andorra.

Publicado por El País.