Silvia Leal es consejera y experta en inno-liderazgo y transformación digital. Doctora en Sociología y asesora de la Comisión Europea en competencias digitales, liderazgo y emprendimiento y directora del Programa en Dirección TIC & Innovación Digital de IE Business School. Es autora de los libros e-Renovarse o morir, Ingenio y Pasión e Ingenio, Sexo y Pasión.

 

 

 

 

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Año 2020. ¿Cómo podremos saber si el insecto que vuela por nuestra casa es de verdad o tan solo una imitación robótica? Llegado ese momento, ¿quién controlará que la cucaracha robótica que pasea por nuestro hogar sea la nuestra y no la del vecino? Es más, ¿quién nos asegurará que la abeja que se ha posado en la rama del árbol sea un animal y no un robot con inteligencia artificial preparado para grabar nuestra vida. Y ya puestos. ¿Lograremos convivir en nuestros hogares con los minirrobots, ya sean voladores o aplanados, que vienen? ¿O sufriremos una entomofobia cibernética derivada de los nuevos avances tecnológicos?

El futuro está más cerca de lo que parece. Un equipo científico de la Universidad Aeroespacial de Corea ha logrado descubrir, por fin, la clave de la estabilidad aerodinámica de los insectos voladores. De acuerdo con su trabajo, publicado el 10 de noviembre en el Journal of Fluid Mechanics, los insectos deben la estabilidad de su vuelo a la creación de flujos de aire en rotación espiral alrededor de las alas.

Este anuncio supone un gran hallazgo. Muchas empresas y equipos de investigación dedican tiempo y dinero a entender por qué estos animales realizan maniobras acrobáticas mientras que el vuelo de los vehículos aéreos no tripulados (drones) se sigue manteniendo lineal. Un descubrimiento así puede suponer un antes y un después sobre la eficiencia y la precisión de vuelo de los drones, pero abre también la puerta a nuevos interrogantes.

Vamos con lo positivo. Lo insectos robóticos podrían suponer una revolución, por poner un ejemplo, en la ejecución de tareas de salvamento y rescate. ¿Imaginas las dificultades a las que se debe enfrentar un bombero para localizar supervivientes tras un desastre natural? Las primeras horas son críticas y, sin embargo, extremadamente peligrosas porque el terreno está por explorar y un pequeño error podría costar muchas vidas, incluyendo la del propio salvador.

Supongamos ahora que frente a una nueva catástrofe se pudiera enviar un ejército de miles de cucarachas y abejas robóticas. ¿Qué es lo que cambiaría?

Los drones, tanto los más conocidos de mayor tamaño como los llamados microdrones, fueron concebidos para realizar tareas aburridas, sucias y peligrosas. Son capaces de registrar lo que el ojo no ve y pueden llegar a sitios a los que una persona no podría ni acercarse, al menos, sin poner en riesgo su vida. Hasta la llegada de los robots abeja (con el aspecto, peso y tamaño de una abeja real y capaces de posarse hasta en una hoja para recargarse), la duración de la batería era muy corta (en torno a los 30 minutos) lo que limitaba enormemente su utilidad. Ahora, los drones abeja se perfilan como un valioso instrumento en caso de emergencia para la observación previa del terreno y la definición del plan de acción a seguir.

En segundo lugar, los insectos robóticos mejorarían los tiempos de rescate. La cucaracha es una criatura que tiene el poder de autoaplastarse, lo que le permite entrar en grietas mucho más pequeñas que ella misma, sin perder velocidad. Se trata, de hecho, de uno de los insectos más rápidos del mundo. Puede alcanzar una velocidad de 1,5 metros por segundo (5,4 kilómetros por hora). Por todo ello, un ejército de cucarachas robóticas con las habilidades de las originales podría servir para identificar muy rápido dónde han quedado enterrados los posibles supervivientes y servir de guía y orientación para la actuación de los bomberos.

Por supuesto, todo esto también podría tener una enorme aplicación para nuestras empresas y hogares. Veamos algunos de los minidrones que ya se están desarrollando en el ámbito académico:

En 2016 hemos conocido el CRAM (Compressible Robot with Articulated Mechanisms), un robot cucaracha con el aspecto de una periplaneta rojiza del África tropical, fabricado por un equipo científico de la Universidad de Berkeley (California). Con un peso de 45 gramos y el tamaño de la palma de una mano, es capaz de moverse en un estado de aplastamiento que reduce su tamaño a la mitad. El CRAM es el robot cucaracha más avanzado y, de momento, solo se utiliza en el ámbito de la investigación académica.

Silvia Leal artículo BCC

También es interesante el caso de la RoboBee de la Universidad de Harvard, muy popular por tratarse de uno de los robots voladores más pequeños del mundo. Lo conocimos en 2013 y tiene el aspecto y el peso de una abeja real. En concreto, ha sido desarrollado con un calibre que no supera los 3 centímetros entre las alas y un peso de tan solo 80 miligramos. Tiene una tecnología que le permite mover las alas hasta 120 veces por segundo y, por si fuera poco, incorpora una cámara que le permite grabar todo lo que ve. Se espera que dé el salto comercial en unos tres años.

Y está HECTOR, un robot que imita el aspecto de un insecto palo, desarrollado en la Universidad alemana de Bielefeld. En este caso, dado que se trata de un prototipo de experimentación científica para mejorar el equilibrio y el movimiento de los robots, pesa 12 kilos y difícilmente le confundiremos con el original, pero tiempo al tiempo… De hecho, si pruebas a hacer una búsqueda en Internet, verás que hay infinidad de tutoriales para fabricar tus propios insectos robóticos. Más sencillos, eso sí, y con menos funcionalidades, pero ahí están, al alcance de todos.

Cada día son más las empresas que se apuntan a “reclutar” a estos pequeños soldados para que colaboren en la ejecución de parte de sus procesos internos. Su potencial para los procesos de polinización ya ha entrado en los guiones de las series de televisión futuristas, como Black Mirror. Los insectos robóticos pueden llegar a ser imprescindibles para asegurar los cultivos de aquellos países que ya sufren el “colapso de colonias”, un fenómeno que consiste en la desaparición de abejas obreras como resultado, entre otros, de la aplicación de pesticidas y la contaminación.

Además, dadas sus prestaciones, estos aparatos podrían llegar a convertirse pronto en una herramienta muy valiosa para la ejecución de reparaciones de pequeñas piezas a gran altura o en ubicaciones de difícil acceso.

Y para acabar, la pregunta: ¿Los dejarías entrar en tu casa? ¿Y si estos aparatos pudieran encargarse de la vigilancia de tu hogar, de controlar las mascotas o, incluso, del cuidado de los niños? ¿No se trata, al fin y al cabo, de una “alternativa mejorada” sobre las cámaras de seguridad que tenemos en casa?

El futuro está mucho más cerca de lo que pensamos. RoboRoach es el nombre de un kit para transformar una cucaracha (de las de verdad) en un cíborg teledirigido desde el módico precio de 36 dólares (unos 30 euros) más gastos de envío. Se trata de pegar unos electrodos en las antenas del insecto y, después, conectarlos a unas mochilas que se pegan sobre su espalda. Así se consigue que, tras enviar un impulso a la antena derecha, ella tome esa dirección, mientras que en caso de mandarlo a la izquierda, optará por la otra. Es el producto estrella de la compañía Backyard Brains, fundada en 2009 por dos ingenieros de la Universidad de Michigan. El pack completo puede comprarse en Internet por 155,99 dólares.

Como es lógico, todo esto plantea dudas para todos aquellos que temen por su privacidad y que se preguntan cómo impedir que una abeja robot les grabe sin consentimiento o quién se responsabilizará de esas grabaciones. Los minirrobots exigen un uso responsable, pero también la puesta en marcha de mecanismos que garanticen que no se convertirán en nuestro peor enemigo.

Si no lo hacemos, nos arriesgamos a entrar en la era de la entomofobia, un trastorno psicológico que genera un profundo sentimiento de ansiedad frente a la simple presencia de los insectos. Eso sí, “cibernética” y acorde a estos nuevos tiempos cargados de tecnología que nos ha tocado vivir…